Hablar del mes de María, el cual casi concluimos en el inicio del tiempo de Adviento, me conecta inmediatamente con mi infancia y con esta canción que cuando niño cantaba como “flores amarillas” en vez de “flores a María”, de caminar hacia una imagen de la Virgen para dejarle allí flores en su mes, de un grupo de señoras rezando el rosario en la capilla a la que asistía solamente los domingos, pero que durante ese mes era ir a diario. Hablar del mes de María me trae recuerdos de infancia, de un niño que reconocía que ese mes era para su madre del cielo.
Este mes que ya va acercándose a su fin, con la solemnidad de la Inmaculada Concepción, tiene un poco de esto, de volver a ser niños, de caminar tomados de la mano de la “mamá del cielo”, de confiarse nuevamente como los niños a un otro que te quiere y te cuida, de ofrecer regalos sencillos, sin mucha parafernalia, pero que, sin embargo, tienen un significado hondo y profundo pues son sacrificios personales que cuestan y son el mejor regalo que uno puede ofrecer a un ser tan querido.
Este mes tiene algo de tocar esa infancia nuevamente, especialmente en un mes cargado de tantas preocupaciones e inquietudes: de cierres de año, de compras navideñas, de finalización de procesos, de una vida intensa que a veces te llena el alma con incertidumbres e inseguridades.
Este mes de María nos recuerda que justamente en estos tiempos es necesario volver a ser niños que necesitan de su madre, como aquel niño Dios cobijado en el pesebre de Belén. Esa actitud de confianza y de entrega total ojalá la podamos vivir no solo como una nostalgia de tiempo pasado, sino más bien como un volver a confiar en María, porque solo no me las puedo, porque si voy solo me hundo. Justamente la Virgen María, nuestra madre, nos recuerda en su mes, que somos sus hijas e hijos y que ella va a nuestro lado para tomarnos de la mano y decirnos “ánimo” en medio de tantas preocupaciones e inquietudes que a veces inundan y sofocan el alma. Ella, en su mes nos dice a nuestro oído:
“Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No soy yo la causa de tu alegría? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester?” (Palabras de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego).
Que este mes de María que hemos celebrado como comunidad universitaria, avive en todas y todos el deseo de llevar siempre a nuestra madre la flor de la confianza, de volver a ser niños que saben que pueden continuar caminando, porque ella va con nosotros, nos cuida y nos conduce al amor de Dios, que espera nacer en el Belén de nuestro corazón.
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